Ahí está el
general Pinochet, bajo los mejores cuidados de los médicos del Hospital
Militar, en general, profesionales mediocres, bien apitutados, con hartos
postgrados y galones financiados por nosotros mismos, pero en fin…médicos. Le
meten mangueras, le desbloquean arterias taponadas por años de carne con papas,
la comida favorita del general. Controlan su presión, miden sus orines, huelen
sus heces.
En medio de todo,
el general Cheyre recibe las chuchadas
de los partidarios, apostados en el frontis del sanatorio castrense, cada vez
menos, pero firmes, se mantienen las señoras pinochetas. Son bien raras ellas.
Cuando jóvenes, por lo general son acueradas, bien teñidas, usan jeans
ajustados hasta adentro de la vulva y una blusita de color claro como hasta los
45 años; pasada la cincuentena se desarman, engordan como toneles y los pelos
ya cortos, teñidos muy claros o demasiado oscuros, revelan un cráneo pequeño,
de superficie chata, cortado a pique en la parte trasera y se ponen vestidos
claros y amplios, como floreadas carpas de circos. Se vuelven muñecas
infantiles, regordetas, grotescas, con las mejillas hinchadas y la mirada
perdida buscan al padre agonizante, que ya no esta para defenderlas de los
fantasmas siniestros que les trae la democracia. Me dan pena estas viejas
perdidas, en cuantos hombres han buscado, o cuantos años habrán aguantado algún
espécimen con ese arquetipo dictatorial y asesino, protector y violador, casero
e infiel, rajadiablos le llaman ellas, con sonrisa indulgente.
A veces he hablado
con ellas, y si bien las mas de las veces se niegan a creer que el devoto de la
Virgen del Carmen haya tenido que ver con torturas, asesinatos y violaciones,
en otras ocasiones pueden revelar hasta placer ante estas maniobras, y comentan
con ojillos maliciosos la posibilidad de que la misma presidenta halla sido
mancillada por algún uniformado, como si se tratase de un privilegio.
Chupafusiles les llaman a veces, y muchas veces tienen razón en así llamarlas, pues,
buscan uniformados, desde los estratos
mas humildes, en que se arrejuntan al paco raso, hasta las mas contactadas, que
se desposan con oficiales, sin que en su familia haya habido uniformados,
esfuerzo notable en un medio donde las taras genéticas dan cuenta de la
endogamia de las castas militares. Otras de ellas son agradecidas esposas de
comerciantes, o ellas mismas lo son, de aquella ralea llamada los “piojos
resucitados” que medró de las bondades del régimen para con ellos durante la
década de los ochenta. Esta subespecie abunda en la fauna local de viña, donde
la bonanza económica de aquella época vino acompañada de cocaína, psicópatas
mirones y sida.
Muera o no el
dictador por estos días, y por más que su familia quiera discreción en este
trance, adornado por los bochornosos hechos judiciales que les afectan, será
mas fácil controlar la ira de los detractores del general, que librarse de la
compañía del circo de muñecas viejas.
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